Gracias, querida María Luisa, por haberme invitado a estar contigo este día tan especial. Tras muchas aventuras juntas, es para mi un orgullo compartir de manera tan cercana el vuelo de tu nuevo libro de poesía. Gracias, igualmente, a Lidia López como editora, valiente y audaz, al Centro de Arte Moderno, a la traductora Silvia Cuevas y a todos los amigos que hoy nos acompañáis.
No soy una especialista en poesía y mi acercamiento al lenguaje poético se lleva a cabo desde el lugar del lector, nunca de la crítica. Hay poemas que me llegan porque me emocionan, y otros no. Nunca sé muy bien porqué.
En este caso, además de que la poesía de María Luisa me encanta, hay un punto que me acerca más a ella y con el que me es fácil identificarme. Y es que su poemario es el resultado de un viaje y, por tanto, además de crearse desde su identidad poética comparte una mirada que le es propia a los libros de viajes en los que yo he encontrado un camino para desarrollar mi propia vocación literaria. El poemario de María Luisa, Poemas de una tierra fraterna, es el fruto de dos viajes, el primero a Centroamérica, Guatemala, Honduras y Belice, y el segundo a Panamá y Nicaragua. Y como en los libros de viajes, sus poemas son el fruto de un diálogo entre un mundo exterior, con su geografía, sus paisajes, sus historias y leyendas; y el yo interior del alma de la viajera que interpreta el lugar visitado a través de sus experiencias y motivaciones.
María Luisa mira la realidad de lo que ve, la describe, pero retratando ese mundo ajeno con una mirada subjetiva llena de fascinación, sobre todo por la naturaleza exuberante, que se apodera de ella, caracolas mis ojos (“Otra imagen sin ti”). Así, por ejemplo, el océano en “Pacífico” se convierte en: Dominante rugido de tropicales noches / como lenguas de fuego de un dragón extinguido.
María Luisa utiliza un lenguaje muy rico que destila un mundo tropical con palabras sonoras: arrecifes, altiplano, pirámides, cuevas, flamboyanes, malinches, marimba, fumarola que acompañan un escenario protagonizado por la brisa, mar, cocoteros, guayabas, palmerales, playas, selvas, volcanes, selva que espera, verde, verde.
Viajar consiste no tanto en estar en otra parte como en volverse otro. El viaje nos cambia, es una experiencia que todos hemos vivido. A través del poemario, quince poemas, acompañamos a la poeta en un camino de transformación que ella intuye desde el primer poema, “Pacífico”: Quizá fui una sirena que cambio sus escamas / para ver tu belleza desde esta inmensa orilla.
La viajera inicia el viaje sola, que más puedo esperar, sola en este confín (“Puesta de sol en Playa de Coco”); añorando una sombra solitaria, una ausencia, no te encuentro…, otra imagen sin ti (“Otra imagen sin ti”). Pero pronto, entre tormentas, olas y selvas desea liberarse, no sentir tu ausencia, y olvidarme de ti (“Gunalayá”). Y así, poco a poco, la viajera se entrega al paraíso que está viviendo y la sombra ausente va desapareciendo. En las “Tierras Mayas” oye un canto a la vida y al pasar los días ya no pliego mis ojos ante el vasto horizonte (“Los días crecen”). A veces vuelve a aparecer ese tu, pero acompañado de una mirada de olvido (“No sé”). Hasta que llega un punto de alejamiento y el viaje va acompasando la transformación, “Alejada de ti”: Estoy tan alejada que solo soy un susurro / ante tanta grandeza sin nostalgia de orillas.
Y se produce la plena unión de la viajera con la naturaleza y las antiguas culturas que visita, libre de ataduras del pasado, con una mirada limpia que le permite ahondar más en que todo es pasado: Hace tiempo que todo, todo lo elemental / es ya solo vestigio en la roca (“Hace tiempo”); y vive solo el momento presente, como en el poema “Desde la ventana”.
En esa inmersión en la naturaleza cobran especial protagonismo los volcanes de Nicaragua, a los que dedica unas imágenes muy potentes, como las del poema “Mombacho”, que ahora tenemos muy presentes en nuestras vidas por el volcán de la Palma: Lava caterva negra, alfombra que arde y fluye / bañando la ladera, indiferente y lenta / como un niño de sangre por un cauce perdido.
En el último poema la viajera ya está instalada en la otra orilla (“Desde la otra orilla”), un paraíso de semblante tranquilo donde se fragmenta el tiempo. Ya no hay zozobra sino un cálido manto. Y se puede oir una música diferente a aquel dominante rugido del poema inicial. Si todo viaje tiene algo de peregrinación, de búsqueda espiritual, nuestra poeta percibe lo sagrado al final de su camino: La noche tiene cantos de escritura sagrada, / enigmáticos salmos que resuenan sin tregua.
Hay un poema que me gusta especialmente, “El tucán”. Un tucán sobrevuela las ruinas mayas mientras la poeta reflexiona sobre la desaparición de esas culturas. Dónde la plata, el oro, dónde las gentes mayas. / Son ya huellas perdidas, cuentos de gloria y triunfo, / hay imperios que suben, y otros que se desploman.
Al final el tucán vuelve a aparecer y la poeta, la viajera y yo como lectora volamos con él, dejando atrás esas huellas perdidas: El tucán vuela y vuela negro de verde pluma
El viaje, liberador, creativo, ha terminado. Gracias, María Luisa, por regalarnos tus versos.

Madrid, 19 de enero de 2022
Marta Torres Santo Domingo